16 feb 2008

Madre no hay más que una...

Dice la genética, que es esa ciencia que se equivoca poco y a los famosos con líos de faldas los mantiene toda su vida en un brete, que todos tenemos un padre y una madre, como mínimo en el sentido biológico de la paternidad y la maternidad. Otra cosa sería entrar en consideraciones morales de otro tipo, pero ni yo soy Ángel Acebes, ni me molesta que una pareja del mismo sexo le dé por adoptar. Aún así está claro que existe, lo que podríamos denominar, “la madre”.

La madre es ese ser que a mediodía te pone el plato encima de la mesa y te mira con cara de cordero degollado hasta que le dices lo buena que esta la comida aunque por dentro estés pidiendo a gritos auxilio, ya que tu estómago está a punto de darse de baja. O se despide de ti un sábado por la noche diciéndote que tengas conocimiento, aunque sepa perfectamente que de eso nunca has gastado. O insiste en que vayas al médico cuando el resfriado te dura un día más de lo que el código médico de las madres estipula, porque “ese resfriado no es normal y seguro que es algo más grave, una gripe aviar o algo de eso”. Y es que una madre se preocupa, da igual que no haya motivos, ella los encuentra.

Porque, claro, hay algo que la mayoría no sabéis pero algunos intuimos, y es que las madres tienen superpoderes. ¿Acaso pensabais que la zapatilla os alcanzaba porque tenía mucha puntería? Que va. Es que son capaces de moverse más rápido que el ojo humano y llegan, vaya si llegan. O el olfato que tienen para comprobar si hemos fumado o bebido, que ni los perros policía detectan así las drogas. Y esa capacidad para detectar si tenemos fiebre poniéndonos la mano sobre la frente, que ahora digo yo, ya que siempre le salía que no tenía fiebre, ¿estaría compinchada con el colegio para no dejarme faltar ni un día a clase?

Y esa capacidad para descubrir la verdad. Ni Grissom, oye. Que un día haces algo fuera de lo normal y ya la tienes encima:
- ¿Qué te pasa?
- ¿A mí? Nada
- Algo te pasa. Te has dejado comida en el plato.
- Que no me pasa nada. Estoy lleno.
- Eso no me lo creo yo. A ti te pasa algo.
- Que no coño. Que pesadita te pones a veces.
- ¿Y contestando así? A ti te pasa algo y grave. No estarás metido en drogas, ¿verdad?

Y al final o te pasa algo de verdad o te lo inventas para que deje de dar por saco, porque como siga por lo de las drogas la tenemos.

Y si no cuando quiere saber de tu vida sentimental, aunque, a veces, más que querer saber se le podría llamar meterse:
- Pues fulanita de tal me ha preguntado hoy por ti. Y su hija no tiene novio.
- Pues que le aproveche la soltería.
- Que soso que eres, con lo maja que es la chica. Y guapa.
- Pues no es mi tipo.
- ¿Por qué? Si es la mar de simpática.
- Pero a mi me gustan de otro tipo.
- ¿Cómo? Si nunca vas con chicas nada más que con menganita. ¿No será tu novia?
- No, mamá, sólo somos amigos.
- ¿Sólo amigos? ¿No serás gay?
Este es un momento cumbre en estas conversaciones. La verdad es que las madres se preocupan sobre todo por una cosa: quieren convertirse en abuelas, y pronto, no sea luego demasiado tarde y no puedan coger a los nietos en brazos. Pero a estas alturas a uno la conversación ya le ha empezado a hinchar las pelotas y tiende a responder como no debería:
- Que no, mamá joder. Que a mí me gustan las mujeres. Y no sabes hasta que punto. Lo que pasa es que no hay ninguna que se deje.
- ¿Esa es forma de contestar? No estarás metido en drogas, ¿verdad?
¡Pues empiezo a plantearme seriamente empezar a tomar alguna!

Pero lo cierto es que no podríamos vivir sin ellas. Esto según como se diga puede tener muchos significados, pero uno de ellos es el más realista y triste a la vez: en los tiempos que corren es imposible vivir sin las madres. A ver como se las apaña un mileurista para llevar casa propia incluyendo limpieza y alimentación, más gastos, si no tiene quien le cuide. Si al final resulta un tormento, pero no podemos vivir sin mamá. Por cierto voy a ver que hay de comida que huele muy bien.

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