21 feb 2008

Un poco de literatura personal

Lo que hoy voy a dejar aquí publicado lo escribí allá por el año 2000 creo. Fue hace tanto que no lo recuerdo. Pero creo que necesitaba sacarlo para ver si compensa seguir por el relato corto. Algunos de los que me leen habitualmente ya lo habrán leído y lo recuerden. Al resto, simplemente decir que espero que os guste y perdón por la extensión (por supuesto se admiten críticas y comentarios):

EL TESTAMENTO

El notario entró al despacho. Las ocho mujeres se encontraban allí, en silencio, cada una de ellas aguantando el dolor a su manera. El notario tomo asiento, rompió el sello que guardaba el póstumo documento y comenzó a hablar.

- Según tengo entendido ustedes no se conocían antes, pero supongo que ya sabrán la razón por la cual se encuentran aquí reunidas. Antes de comenzar me gustaría darles mi más sincero pésame por esta pérdida. El señor Beltrán me entregó estos documentos personalmente antes de morir y me dio instrucciones precisas sobre su lectura.- hizo una breve pausa para tomar aire y prosiguió- El señor Beltrán depositó en el sobre sellado además de su última voluntad una carta escrita de su puño y letra que pidió fuera leída ante las damas aquí presentes, por ello procederé a su lectura.


<< Queridas amantes:


Os quiero pedir perdón de antemano por el daño que estas líneas puedan causaros; no soy especialista en ocultar mis sentimientos y mi sinceridad a veces hiere los de los demás.


Escribo esta carta conociendo el diagnóstico de los médicos, que me ofrecen una esperanza de dos meses de vida. Espero que el pronóstico no se cumpla y que esta carta tarde muchísimo más tiempo en ser leída, pero cinco expertos oncólogos no pueden equivocarse al mismo tiempo. Me han diagnosticado un tumor que se ha extendido por gran parte del lóbulo cerebral anterior. Ya no hay marcha atrás. Según me han dicho los médicos la metástasis se ha acelerado y sólo un milagro evitaría mi muerte. Por desgracia los milagros sólo les suceden a los que no los necesitan o no los reconocen. He decidido no someterme a ningún tratamiento, de todos modos si no puede haber marcha atrás no merece la pena alargar el sufrimiento. Siempre he tenido apego a la vida y más con treinta y cinco años, pero cuando uno sabe que va a morir no se preocupa por lo que deja atrás sino en el tiempo que le queda por delante. He perdido el miedo a la muerte porque la muerte es ahora mi amiga y tan sólo espero que un día acaricie mi rostro con su frío tacto mortal. Solamente me queda esperar el día. Pero hasta entonces esperaré viviendo y recordando.


Por suerte para mi escasa memoria tengo poco que recordar. Según me contaron mi familia murió en un accidente de tráfico cuando yo tenía cuatro años. A falta de algún pariente vivo que pudiera encargarse de mí, el gobierno tomó posesión de todos los bienes familiares y de mí mismo hasta que fuera mayor de edad. Nunca tuve amigos. Los huérfanos ricos no son personas que caigan bien a la gente por más que lo intenten. Pasé de tutor en tutor como un billete pasa de un bolsillo a otro hasta que cumplí dieciocho años. Por fin fui libre, tan libre que no sabía que hacer. Empecé a viajar, a conocer, a descubrir; en definitiva, a vivir. Y así, viviendo, os encontré a vosotras.


Paloma, tú fuiste la primera. Tenías una gran personalidad. Te conocí en un bar, te invité a una copa y me dijiste que tenías novio. Pensé que era una mera excusa para ahuyentarme. Pero no lo era. Tenías novio, exactamente cien kilos de novio que al verme coquetear contigo me dio la mayor paliza de mi vida. Tú le dijiste que era un animal y un maldito paranoico celoso, le diste una bofetada y le pediste que te dejara en paz para siempre; habías aguantado demasiado de ese tipo. Debiste sentir pena por mí, porque me llevaste al hospital y te quedaste allí hasta que me dieron el alta. Y te quedaste conmigo hasta que, superado el límite máximo de tu paciencia, harta de mis descortesías de niño rico, mis impuntualidades y cambios de humor, me dejaste plantado un año después de conocernos y no supe más de ti.


Alba, fuiste la segunda en aparecer en mi vida. Eras la alegría personificada, el reflejo de las emociones humanas. Contigo supe rectificar los errores que había cometido con Paloma. Cuando te conocí eras actriz en una obra de teatro, no recuerdo cual, y cuando acabó te busqué para felicitarte por tu actuación. Me diste las gracias y me sorprendiste pidiéndome una cita. Pero no sólo eras actriz sobre el escenario. Vivías en un mundo irreal. Desaparecías un día sin decir nada y aparecías semanas más tarde diciendo que te perseguía la policía sin dar más explicaciones. Hasta que un día tu desaparición se prolongo durante demasiado tiempo y no te volví a ver.


Teresa, apareciste en mi vida cuando desapareció Alba. Eras tierna conmigo como nadie lo había sido antes. Te conocí en un hospital cuando me rompí el brazo y tú cuidaste de mí. Tenías demasiado ternura para dar a alguien que nunca había sabido lo que era el cariño. Y tuve miedo cuando decidiste que la mejor manera de cuidarme era llevándome a tu casa a vivir contigo para toda la vida. Sentí pánico al compromiso y huí de ti. Y tú debiste olvidarte de mí ofreciendo tu ternura a otro como me la ofreciste a mí.


Raquel, llegaste más tarde, tras un periodo en el cual pensaba que las mujeres eran demasiado complicadas para mi corto entendimiento. Tú eras diferente, eras racional, previsora, sabías que hacer y cuando hacerlo, no dudabas nunca. Me elegiste porque de haber seguido juntos tu futuro hubiera estado resuelto. Sabías todo lo que yo quería en cada momento pero eras demasiado fría, carente de emociones. No dabas amor, buscabas seguridad, protección, un futuro. Me di cuenta y nos fuimos distanciando poco a poco, hasta que conociste a alguien dispuesto a darte lo que buscabas.


Isabel, fuiste el antídoto al practicismo de Raquel. Eras absolutamente irracional. Te guiabas por impulsos dictados por tus sentimientos, igual que yo. Y como yo cambiabas de humor constantemente. Nuestra relación estuvo llena de pasión, pero no la clase de pasión que yo hubiera deseado. Todos los días teníamos peleas, desacuerdos, contrastes de opinión demasiado airosos. Las reconciliaciones acababan siempre en un arrebato de lujuria desenfrenada. Nos comportábamos como animales; éramos bestias salvajes, violentas, impulsivas. No pude aguantar tantos bajos instintos y te abandoné. No puedo decir que lo sintiera, tan sólo que me sentí liberado.


Clara, trajiste a mi vida la calma que llevaba tiempo esperando. Porque tú eres calmada, tranquila. Te tomabas la cosas con demasiada calma, rozando la pasividad. Aceptabas todas mis decisiones sin rechistar. Complacías todos mis deseos. Demasiada sumisión y escasa actividad. No íbamos a llegar a ninguna parte y lo mejor que hicimos juntos fue separarnos.


Inma, llegaste a mi vida como llega el invierno, poco a poco, de forma inapreciable. Nos veíamos todos los días y al final creíste que sentías algo por mí. Eras tan hermosa y frágil como una muñequita de porcelana. Necesitabas amor, pero no la clase de amor que yo podía ofrecerte, querías el amor del padre que nunca tuviste siendo niña. A veces pensaba que seguías siendo una niña encerrada en el cuerpo de una mujer de veinte años. Me dolió mucho verte llorar cuando te dije que no podía quererte como tú querías que te amara.


Alicia tú no querías amor, necesitabas acción. Eras alocada, impulsiva e irreflexiva. No te cansabas nunca. Ayer descendimos el río Colorado, hoy escalamos el Mont Blanc y mañana sólo Dios sabría que haríamos. Así era nuestra relación, íbamos de aquí para allá sin parar a amarnos, sin pensar porque hacíamos todo lo que hacíamos. Ahora sé porque lo hacías. Tenías miedo a la muerte y te enfrentabas a ella para demostrarte que tú eras más fuerte. Pero yo no estaba dispuesto a enfrentarme también. Que irónico me resulta eso ahora. No pude seguir tu ritmo, y un día antes de tomar un avión a Nepal te dejé plantada en el aeropuerto, de donde partiste como si nada hubiese sucedido.


Como está escrito en los documentos notariales, vosotras os repartiréis la mitad de mis bienes, la cuarta parte irá a la beneficencia y el resto se lo lego a una mujer de quien sólo el notario conoce el nombre para evitar suspicacias. Sólo puedo deciros que no se trata de ninguna de vosotras.


Os había dicho que nunca había tenido amigos; no es del todo cierto. Esa mujer fue mi única y mejor amiga. Ahora me doy cuenta que ella fue la única mujer a la que amé, la única por la que hubiera dado la vida, pero también fue la única que me rechazó. Lo que sentí por vosotras fue algo muy especial, pero no fue amor; en vosotras veía partes de ella, pero las partes no son el todo. A la espera de la muerte todo resulta mucho más claro. La mente se vuelve mucho más lúcida, aunque a algunos les parezca una locura.


Quizás penséis que me he vuelto loco, pero los dolores de cabeza no me han hecho aún perder la razón. Y si me hubiera vuelto loco, si es que tenéis razón, os puedo asegurar que la locura es un don que nos hace ver la vida de la forma más maravillosa posible. >>

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me he encantado :)

Anónimo dijo...

me ha, perdón jeje