4 mar 2008

Completando lecturas

Anoche, como otros tantos miles de millones de seres humanos, pasé de ver el dichoso debate en la tele, principalmente porque el "¡Y tú más!" no me convence, y luego porque Grissom volvía a las pantallas y prometía ser interesante. Y lo fue.

Además supe aprovechar el tiempo. Andaba yo enfrascado en acabar cierto novela que me había sido regalada en Navidad y que en las últimas semanas había dejado un poco de lado por ciertos asuntos que no vienen al caso. Como ayer por la tarde no tenía nada que hacer la retomé con bastante ahínco, más aún teniendo en cuenta que el desenlace estaba próximo y la acción estaba en un punto álgido. Así que, como me quedaban pocas páginas para acabarla, en cuanto acabó CSI me dispuse a ello. Y como la perra anoche estaba más desinquieta de lo normal y no parecía dispuesta a callar, aproveché los minutos que sabía que seguro iba a perder de sueño.

Imaginad por un momento que todo lo que os han contado de historia antigua es mentira. Mejor dicho, imaginad que todo lo que os han dicho que eran fabulaciones de mentes primitivas es real, no de un modo literal, sino, más bien, de un modo encubierto, dejando entrever retazos de realidad entre la fábula. Esta es la premisa de la novela El informe Phaeton, de Albert Salvadó. Para los de la ESO, comentar que Phaeton era, según la mitología griega, el hijo de Helios, dios del sol, y que se pasó media vida insistiéndole a su padre que le dejara conducir el carro del Sol un día, como el hijo que le pide a su padre que le deje el Mercedes para salir un sábado de fiesta; la cuestión es que Helios aceptó y Phaeton sacó el carro de paseo un día, pero los caballos, que tontos no eran, se dieron cuenta de que el conductor no era Helios, así que se le subieron enseguida a la chepa a Phaeton y se desmadraron, acercando el sol demasiado a la tierra quemándolo y destruyéndolo todo a su paso, hasta que Zeus intervino lanzando al inexperto piloto (mira como Hamilton) a las aguas del río Eridano (el actual río Po que pasa por Roma).

Partiendo del hecho comprobable de que existen multitud de mitos alrededor del mundo acerca de un gran cataclismo, aunque con pequeñas diferencias, pero en todos está presente el agua como el elemento destructor unida, según algunos relatos, a terremotos y volcanes, y en algunos lugares son tsunamis los que azotan la tierra mientras que en otros los ríos se desecan, cabe hacer una pequeña reflexión. Babilonios, sumerios, egipcios, griegos, judíos, etc., todas estas tradiciones tienen su propio diluvio y destrucción, siendo lógico suponer, pues, que dado que todas se encuentran en una zona geográfica común, el relato puede ser el mismo, adaptado por la mente del escriba o del orador que la cuente. Aún así da que pensar que realmente pudo pasar algo en aquella zona, como, por ejemplo, un gran desbordamiento de los grandes ríos de la zona, el Nilo, el Tigris y el Eufrates. Hasta aquí se puede entender que el cataclismo pudo no ser tan grande y quedar más bien localizado en lo que hoy sería el próximo y medio Oriente.

Pero, ¿y el resto del mundo? Centroamérica, Japón, Indonesia, Perú, Norteamérica, las islas Polinesias. Incluso los budistas hablan de un cataclismo. Es más algunas tradiciones van más allá: hablan de tecnología, avanzada como la actual e incluso superior, pero no se trata de influencia externa, como muchos proponen en lo que respecta a la construcción de las pirámides, sino todo venido desde el propio planeta Tierra.

Así, Salvadó propone una novela en la que unifica todos esos cataclismos en uno solo a escala global. Y lo que es más, no lo produce la ira de ningún Dios, sino la ambición de los hombres. En fin, una más que recomendable novela que nos traslada a un pasado, probablemente, ficticio y que nos permite entender como puede ser nuestro futuro.

P.D.: Como nota reseñable de la obra destacar las referencias a Lucifer y los ángeles guardianes. No apto para creacionistas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante entrada

Si, hay muchos mitos similares en todas las culturas, empezando por el de la Atlántida. En el lenguaje mítico la envidia o ira de los dioses , se puede traducir por el orgullo y la megalomanía humanas. A fin de cuentas los dioses y demonios siguen ahí con nosotros sólo que ahora se les da un nombre más desagradable como neurosis y psicosis, manías y fobias, que no por ser irracionales son menos reales y que a veces marcan la vida no sólo de individuos, sino de naciones enteras.

El fin del mundo es a fin de cuentas un arquetipo (según la definición del psicólogo C.G. Jung) y como tal actúa a nivel individual (cuando la palmas, por lo que a tí respecta el fin del mundo ya llegó) como colectivo, el fin de la humanidad tal y como la conocemos, y que puede interpretarse como un fin físico (causado por los 4 elementos: agua,fuego,tierra,aire o alguno de ellos) o psíquico (en el que la conciencia, lo que nos hace específicamente humanos se "hunde" en la locura, el olvido o la animalidad).