6 dic 2007

¡ESTAMOS DE ESTRENO,OIGA!

Dicen que en la vida para todo hay una primera vez. Algunas son, por supuesto, mejores que otras. Por ejemplo, recuerdo como fue de dolorosa mi primera vez... montando en bicicleta, claro está. Y es que acabé incrustado en un rosal, con lo molesto que resulta eso, ya ves tú. Por no hablar del primer día de colegio, en el cual sin comerlo ni beberlo me llevé una hostia del quince de un compañero; menos mal que fui el único que no lloré por ser el primer día, que si no ya hubiese sido de libro. Y la primera vez que subí en avión... recordé todas las oraciones de mi más tierna infancia del acojone que llevaba encima. Claro que peor fue la primera vez que el avión tomó tierra porque el piloto parece que quería batir un récord de velocidad en aterrizaje y casi se pasa la pista de como iba.

Luego, por supuesto, hay primeras veces memorables, otras de las que uno no se acuerda y aquéllas que preferirías olvidar. Uno nunca se acuerda del primer ciego, porque éste suele ser de los que pasan a la historia, claro que con las estupideces que se hacen en esos momentos es mejor no acordarse. No creo que sea muy divertido recordar ciertos ridículos que todos hacemos cuando vamos borrachos y es que algunos son tremendos. Supongo que a no demasiadas personas les debe hacer mucha gracia recordar como tuvieron que devolverlos borrachos a sus casas llevándolos entre dos o más personas, cruzando media ciudad a cuestas, parando cada dos manzanas para que eches la pota. O cosas peores que todos hemos visto, porque "yo nunca me he pillado tal ciego", ¿verdad?

Yo, por ejemplo, no recuerdo mi primer día en la universidad. Lo puedo imaginar, pero no recordarlo. Es fácil imaginarlo, más que nada porque aquello debía de parecer un campo de nabos. Y es lo que tienen las carreras tecnológicas. De un centenar de nuevos matriculados, sólo una chica de primer año entre el grupo de maromos post adolescentes ávidos de sexo. Y encima la pobre tenía el gravísimo defecto de estar buena, así que ya podéis imaginar como pasó la pobre sus tres años de carrera apartando moscones. Tenía novio, aunque su existencia nunca fue probada empíricamente por ninguno de nosotros; pero como su noviazgo no le impedía ir con tanguitas a clase, los tíos seguían babeando como bulldogs en celo.

Dicen que para todo tiene que haber una primera vez. Perdónenme, pero hay cosas que prefiero no tener que pasar por esa primera vez, como un análisis proctológico, un balazo en la pierna o que te la endiñe Nacho Vidal por donde amargan los pepinos. Llamadme tiquismiquis. Claro que hay otras primeras veces que uno espera con ansia, aunque sobre eso ya hablaré en otro momento, guarros, que no hacéis más que pensar en eso. Hubo otra primera vez que también esperé durante mucho tiempo, menos pero mucho tiempo. Y es de esas que no se olvidan. Fue en Bigastro (pueblecillo de la Vega Baja del Segura en la provincia de Alicante, para los que no sepan usar Google Maps) una tarde de sábado a las 5 y media de la tarde. Terreno resbaladizo poco apto para la tarea, pero peor era soportar a los que decían “a por el de la perillica, que se cree guay”. También que tener que recordar mi primer partido de baloncesto federado por esa frase…

Y todo esto venía a que esta es la entrada que inaugura este mi blog. No pretendo ser un referente ni que la gente me lea de forma continua, ya me conformaría con que alguien me leyese de vez en cuando y no le entraran ganas de apedrearme. No prometo actualizar diariamente, ni siquiera semanalmente. Actualizaré cuando mi inspiración me lo permita y cuando el tiempo acompañe, lo que comúnmente es más conocido como “cuando me salga de los mismísimos”.

Así que sin más me despido hasta una próxima entrega, que espero no sea dentro de demasiado tiempo.

1 comentario:

Negra Murguera dijo...

Hola!
En tu post estreno, me encargaré de estrenar los comentarios :)

Te cuento una cosa: si te enganchas con el blog, llegará un momento que toda tu vida se divida en: momentos bloggeables y momentos no bloggeables. jajaja

Besos